domingo, 22 de agosto de 2010

Rabia



Diecinueve centímetros abajo de Blas

Señor, ¿tiene usted una hija?
¿Cuál es tu nombre pequeña?

Depende del nombre de su hija, podría ser yo
¿Y por qué estás tan interesada en mi hija?

Blas se da cuenta –además de que no tiene hijas- que la pobre, sólo tiene un botón de ojo, un brazo mordido, y tres fracturas en la pierna.

Ya veo, pero no puedo hacer nada por ti, aunque no lo creas, no tengo hijas ni pienso tenerlas.
No necesitas ser mi padre, tú me pareces una excelente persona, ¿me cuidarías?
No tengo experiencia

Mira, es fácil, yo te puedo ayudar. Lo primero que tienes que hacer es mirarme y elegir un nombre.

Blas camina al rededor y la mira fijamente, entrando en el juego.

Rafaela.
¿Rafaela? Me gusta. Gracias
¿Y ahora qué?
No hay más instrucciones, puedes hacer lo que quieras conmigo.

Blas la sostiene desde el vientre, en su hocico. Camina, y mientras lo hace, caen hilitos de saliva que adornan los quejumbrosos pastos de las veredas. Las hojas son rojas, el semáforo cambia a verde y la gente anda sin saber, conocer ni anhelar; para Blas. 
Reconoce caminando un profundo olor a hogar. Tumba a Rafaela sobre la hierba y cava un hoyo hasta enterrarla.

En meses Blas no pudo dormir, y todavía no sabe por qué.



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