domingo, 22 de agosto de 2010

Rabia



Diecinueve centímetros abajo de Blas

Señor, ¿tiene usted una hija?
¿Cuál es tu nombre pequeña?

Depende del nombre de su hija, podría ser yo
¿Y por qué estás tan interesada en mi hija?

Blas se da cuenta –además de que no tiene hijas- que la pobre, sólo tiene un botón de ojo, un brazo mordido, y tres fracturas en la pierna.

Ya veo, pero no puedo hacer nada por ti, aunque no lo creas, no tengo hijas ni pienso tenerlas.
No necesitas ser mi padre, tú me pareces una excelente persona, ¿me cuidarías?
No tengo experiencia

Mira, es fácil, yo te puedo ayudar. Lo primero que tienes que hacer es mirarme y elegir un nombre.

Blas camina al rededor y la mira fijamente, entrando en el juego.

Rafaela.
¿Rafaela? Me gusta. Gracias
¿Y ahora qué?
No hay más instrucciones, puedes hacer lo que quieras conmigo.

Blas la sostiene desde el vientre, en su hocico. Camina, y mientras lo hace, caen hilitos de saliva que adornan los quejumbrosos pastos de las veredas. Las hojas son rojas, el semáforo cambia a verde y la gente anda sin saber, conocer ni anhelar; para Blas. 
Reconoce caminando un profundo olor a hogar. Tumba a Rafaela sobre la hierba y cava un hoyo hasta enterrarla.

En meses Blas no pudo dormir, y todavía no sabe por qué.



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jueves, 19 de agosto de 2010

BIS




Tienen sexo por diecinueve minutos. Se sacan la ropa de a poquito pero violentamente. Se muerden los labios en extravagancia. Se disparan los cabellos, las manos se estiran en el otro cuerpo. Gonzalo abre la puerta con delicadeza; Catalina mira para ambos lados; con una mano en la cadera, la otra en su pelo y mordiéndose el labio. Caminan por la calle y se miran de a empujones -- tratando de descifrarse; apuran el paso y se lanzan sonrisas.


Gonzalo andaba solo, Catalina con su ipod; y justo cuando uno iba para allá y otro para acá, se les pasó por la cabeza enamorarse el uno del otro, arrinconarse entre el tumulto en ese espacio maravilloso de a dos que tanto echaban de menos. Divorciados de sus vidas, el color volvió a la ciudad de golpe; y a un segundo del pestañeo que los condene al “¿Qué hubiese pasado si…” Ella se acercó, liberando las sensaciones más exquisitas en ambos. Parados ahí en frente, un bus pasó delante con su fuerte sonido, obligando a sonreír en vez de hablar. Gonzalo la mira con torpeza, deseando cada pedacito de piel. Catalina gira el cuello hacia la calle con una sabrosa coquetería.


Catalina
(lento, muy lento) 
Esta vez… ¿tomamos un taxi?